AL SERENÍSIMO DUQUE DE SABOYA, CARLOS EMANUEL.
El mejor y más piadoso Príncipe de los subalpinos, el abulense Tomás Luis de Victoria, el más humilde de los sacerdotes que sirven a Dios, le desea perpetua felicidad.
Como si adivinara que tú dentro de poco, a finales de este año, serías el muy amado yerno del Rey de nuestra España, Católico en primer lugar y además muy poderoso (acontecimiento que es feliz y afortunado para su ilustre Alteza y al mismo tiempo también para los pueblos confiados por Dios a tu cargo) me ocupé de que el grueso volumen de cantos divinos que se acomodan para realizar el Oficio Sagrado se llevara a Turín con mucho cuidado por medio de verederos. En efecto, hice esto con más agrado pues me persuadieron los frecuentes ruegos del sacerdote Juvenal Ancina, unido a mí ya desde hace tiempo por un vínculo de amistad poco habitual; estos ruegos eran en el sentido de que, cualquiera que fueran mis elucubraciones musicales, a su Alteza le serían muy poco ingratas o desagradables, como estudioso sobre todo que es, y muy amante de las cosas divinas. Por lo que considerando que no había que demorarse, me convencieron con facilidad para que te enviara los escritos que entonces por primera vez habían visto la luz dedicados –como convenía– al muy invicto Rey Felipe, de quien soy su súbdito natural.
Ciertamente, a partir de entonces, cuando comencé a reunir con más interés y con un poco más de cuidado (si no me equivoco) muchas melodías ya compuestas, consideré que haría algo que merecería la pena si me ocupara de que estas mismas melodías reunidas en un único volumen se publicaran cuanto antes en tipos de imprenta para que, sin duda, casi al mismo tiempo en que su alteza regresara de España, saliera a su encuentro un libro firmado por Victoria para, por así decirlo, dar las gracias por el próspero resultado de tan largo viaje.
Así pues, serenísimo duque, recibe de mi voluntad, inclinada de manera admirable a tu grandeza, y de mi especial consideración una prenda con la que te puedas deleitar de una manera honesta y también aliviar hasta un cierto punto tu ánimo envuelto en preocupaciones más graves y cansado habitualmente bajo el peso de tus múltiples preocupaciones; tú, que vas a ser de provecho ciertamente para ti mismo y después para todos los demás a quienes gobiernas con tanta suerte como sabiduría.
Sólo queda, a Dios Optimo y máximo se lo pido con insistencia, que su alteza en unión de su esposa Catalina, recién casada, se digne mantener el mayor tiempo libres de daños a los españoles compatriotas nuestros; también a los galos, a los saboyanos y especialmente a los subalpinos, a los italianos y, finalmente, a toda Europa. Queda con salud. Roma. V. Id. Aprilis. M.D. LXXXV.
Traducción: Luis González Platón.
Fuente bibliográfica: Tomás Luis de Victoria: Pasión por la música, Ana María Sabe Andreu, Institución Gran Duque de Alba, Ávila, 2008.
[Acceso dedicatoria digital]
Imagen del ejemplar de la Catedral de Córdoba, Córdoba (España) digitalizado por Nacho Álvarez©.